Mi primera vez en un nigth club
Desperté sin dinero y sin celular. Mi ropa marcho junto a mi dignidad.
El cuarto estaba revuelto y yo desnudo. Las paredes desgastadas acompañaban a las mujeres sueltas de prendas de las fotos. La cabeza me explotaba y todo alrededor me parecía extraño, cayendo en la desesperación al tantear mi cuerpo y no encontrar conmigo, móvil y dinero.
Lo último que recuerdo es que salí con “Michelle” -o así dijo que se llamaba- . No sé más. Vuelvo a observar el lugar y la luz que ingresa al cuarto ciega mi vista. Al menos hay una toalla cerca a la cómoda, la sujeto y me cubro. El baño está a un paso y tiene agua y jabón.
Una voz gruesa y salvaje llama a la puerta - ¡Rápido, rápido tiene que irse! – ¿y “Michelle”? – Ha marchado, pero te puedo dar un polo, una sandalia y un short.
Ya sabe que estoy calato, ¿y cómo lo sabe?, -Sucede siempre-, las chicas vienen y se llevan todo, por eso cobramos diez soles más a los clientes por la ropa.
Abro la puerta, - no te preocupes chibolo, te servirá de experiencia – guardo silencio y bajo la mirada mientras las prendas viajan por el aire hasta caer en la cama. – tienes cinco minutos para marcharte, hazlo rápido que ya nos vamos.
Estoy en el Tiempo, el mejor night club que se puede encontrar por cinco soles en Lima Norte. Las mesas están dispuestas junto a las chicas. Unas acompañan, otras conversan, las demás bailan. El ambiente es sombrío y con olor a perfume barato y alcohol. Las mallas y lencerías estrujan las carnes de las muchachas, y el baile del tubo está en su punto hot.
Llego a la mesa junto a la barra. Un corpulento hombre de rasgos andinos ocupa el bar y por ratos cuida la puerta. Fuma, parece aburrido. Marca la distancia de los que lo observan, hasta que “Michelle” se le acerca. Le señala una esquina y ella obedece, un par de chicas más continúan el tramo. Regresa a la comunión con su cigarro,-¡qué miras!- Callo y volteo la mirada.
Un nuevo show se iniciará. Presentan a la “Sensación del Norte”, una menuda muchacha de tez canela y piernas contorneadas.
Uno de los parroquianos le dice a otro que, hace un par de años que viene al lugar, y que la “Sensación del Norte”, estaría dentro del top five si existiese alguno. Su performance dura cinco minutos en medio de una plataforma improvisada y un tubo horizontal sujeto al techo y el piso del escenario. Dame tu aire concluye, balada de Alex Ubago, y la muchacha se lleva los billetes lanzados.
Ya es más de medianoche y, al parecer, no llegará más público. Más de un parroquiano prende sus ojos a las hojas de la puerta hasta que se cierra. Pareciera que sienten más seguros. Algunos van a la barra a pedir una jarra de sangría o una botella de cerveza, mientras otros se dirigen con su chica a los cuartos.
Los asistentes y anfitrionas ya están sueltos de prendas y conversan; toquetean sus cuerpos desnudos. Cada mesa tendrá una compañía, si se pide un trago.
Recorre con la mirada baja y apagada, las sendas del local. La somnolencia invade sus ojos y regresa a la barra en la que atiende el fortachón. Mueve sus cabellos mientras sus manos recorren sus turgentes pechos, y pide un cigarro. Vuelve su mirada hacia mi mesa y el baibidol rojo pareciera disminuir cada vez más mientras se acerca. – Hola- es la “Sensación del Norte” y dice llamarse “Michelle”. Pide que le invite un trago de cerveza, e inmediatamente le señala al vigilante una jarra que no pedí, pero que me cobrarán.
Acerca su humanidad a mi figura y lanza el tufillo a mi rostro, tal vez lo considera sexy o atrevido. Comienza el interrogatorio de la conversación en el que los datos de nombre, edad, profesión, dirección son cambiados y se exagera para impresionar. Ella lo sabe, y yo lo sé. Ambos lo sabemos, pero no queremos decirlo. Es mejor tener problemas con una identidad que no es la nuestra.
Comienza a hablar de su trabajo y de las veces que se enamoró, y agrega que todo lo que posee es natural. Qué su vida ha sido difícil, pero que en un par de noches puede sacar más que uno en el mes. Pide abrazos y cariño mientras pide una jarra más. Conversa de la vida y de sus sueños, mientras solicita al vigilante cambie de vasos .Continúa con su mirada tímida acomodándose sus pechos. Se levanta y modela. De tímida tiene poco o nada. Comenta que su marido está en el ejército y que viene mensualmente a Lima y necesita sentir el fuego de un cuerpo junto al suyo.
La conversación en este punto ha caído en agrandar mentiras. Llegan los vasos y me retiro al baño. La vida en el local se va desmoronando mientras existen menos habitantes. El alcohol atolondra mi caminar, pero envalentona mis palabras. – Muévete, gordo- que te pasa, responde. Sí no es por la ayuda de los vigilantes hubiese surgido un conato de bronca en ese instante. De regreso a la mesa, bebo el último vaso. La sujeto la mano y nos retiramos al otro ambiente. Son diez soles más aparte del precio de ella. Ingresamos.
Al despertar, sobre la cómoda solo documentos y nada de billete. Ráfagas de recuerdos invaden mi mente mientras alguien vocifera que ya es tiempo de marchar. Sigo pensando que pudo pasar o no pasó nada. El vaso, el último vaso, el vaso con la “pepa” de “Michelle”.
Escrito por
Hamer Arteaga Alvarado. Hincha del Liverpool y de Héroes del Silencio Twitter: @harteagaa
Publicado en
Crónicas de la tres veces coronada "Ciudad de los reyes" y los "submundos" que se encuentran en sus avenidas , calles y plazas.